DESPUÉS DEL BANQUETE, pieza teatral de Antonio Fernández Molina




Malva- Ya se han marchado todos.

Carlos- Sí.

Malva-No he oído sus necedades pero me parece que no han estado tan estúpidos como en otras ocasiones.

Carlos- No.

Malva- Si al menos se pudiera comer indefinidamente. Pero el estómago se cansa pronto…y además el querer conservar la línea te impide saciar el estómago.

Carlos- Sí.

Malva- Parece mentira que algunos invitados estén tan flacos habiendo comido de la manera que lo han hecho. Quizá sólo coman de banquete a banquete.
Carlos- Es probable. (Pausa) Oye, Malva, estoy aburrido.

Malva- Lo sé. Lo sé desde el principio de la noche. ¿Qué puedo hacer?

Carlos- Nada, no puedes hacer nada. (Se sienta) Puedes seguir hablando.

Malva- Si quieres damos otro banquete mañana. Al mediodía. O a la noche. O no volvemos a dar ninguno. Lo que te parezca mejor.

Carlos- Es igual. Me aburriré de todos modos.

Malva- Yo también me aburro. ¿Qué podemos hacer?

Carlos- Nada. Tener un hijo sería bastante tonto.

Malva- A lo mejor resultaba entretenido.

Carlos- De tanto tratar de evitarlo, aunque quisiéramos, ya no sabríamos hacerlo y luego, si por casualidad… es repugnante pensar que podríamos encariñarnos con ese animalito llorón y casi siempre húmedo…pensemos en otra cosa o no pensemos en nada. Quizá cuando empiece el día nos llegue el sueño. Siéntate.

(Malva se sienta junto a él y permanecen callados. Entra el señor Talvez. Avanza hacia ellos sonriente. Malva y Carlos sonríen mientras se dirigen una sonrisa cómplice)

Talvez- Fui al cuarto de aseo y me extravié. No he visto a nadie por ahí y no encuentro la salida…

Carlos- Muy bien, pajarraco idiota. Estás podrido de millones o estás podrido de deudas. Nadie lo sabe. Tienes la suerte de no oír el estrépito de mundo. Aunque se hubiera derrumbado la ciudad no habrías sentido ni un ruido semejante al que hace una gota de agua al caer sobre un pellizco de algodón.

(Talvez es sordo. Atiende complacido sin oír nada)

Talvez- Tengo la suerte de que nadie me espera. No me he creado la complicación de una familia. Ni siquiera la complicación de una costumbre. Mis gatos y mis perros son los únicos que me echarán de menos. Pero se mostrarán alegres cuando llegue. Aunque no los oiga podré verlos.

Carlos- Los peces del río si tendrán una alegría. ¡Qué placer para ellos comerte a bocaditos! Me gustaría ser un pez.

Malva- (Habla como en un susurro) ¿Estás de acuerdo?

Carlos- Sí, pero no es necesario que hables con precaución. El señor Talvez no oye nada. Es un caso interesante. Y se le ha olvidado leer en los labios. ¿No es así, pedazo de canalla?
Talvez- Gracias, Carlos. Gracias, Malva. No es necesario que me busquéis un coche para llevarme a casa. Iré dando un paseo. Me gusta andar por la ciudad a estas horas. Para mí está llena de recuerdos. He pasado en ella dos guerras, durante una larga vida. La he visto crecer dos veces delante de mí. Ahora casi desconozco a sus habitantes. Parece que hubieran venido de las montañas. Vosotros sois distintos. Procedéis de las familias que ayudaron a su destrucción, que ayudaron a su conquista. Sois los herederos del escudo de la ciudad.

Carlos- Gracias, viejo. Vas a morir. (A Malva) Ven detrás de nosotros y dale un golpe fuerte en la cabeza. Por lo menos que pierda el sentido. Así será más fácil.

(Carlos le pasa la mano por el hombro a Talvez y le conduce sonriente hacia el extremo del escenario)

Talvez- Todavía hay clases. Siempre las habrá, amigo. Carlos la distinción que habéis heredado Malva y tú, de vuestros antepasados, no es cosa que se improvisa. Recuerda que…

(Malva descarga un golpe sobre la cabeza de Talvez con un objeto. Talvez cae al suelo. Carlos se agacha, coloca su oreja sobre el pecho de la víctima para ver si le late el corazón)

Carlos- Ha sido un golpe maestro. Te felicito. Aún podría vivir pero lo has dejado sin sentido para tanto tiempo que el resto va a ser muy fácil.

Malva- ¡Cuanto me alegro! Te aseguro que no he titubeado. Una vez, cuando era niña, teníamos una criada que debía ser novia de un matarife. Una mañana, no sé de qué manera, me llevó muy temprano al matadero y vi como mataban a los toros y a las vacas de un golpe en la cabeza. Caían fulminadas. Tres hombres iban detrás y deshacían la res en un instante.

Carlos- Bien. No olvidaste la lección. Alcánzame los guantes. No hay ningún peligro pero me divierte cuidar los detalles, como si fuera una película.

(Malva sale de escena y regresa con unos guantes)

Malva- ¿Eres feliz?

Carlos- Quizá. Estoy entretenido.

(Carlos se coloca los guantes. Rodea el cuello de Talvez con las manos. Aprieta)

Carlos- Ya está. El viejo ha terminado. Vamos a arrastrarle. Hasta dentro de algún tiempo nadie preguntará por él. Acaso no podrán encontrarlo en el vientre de los peces. Debajo del balcón hay corrientes profundas que le arrastrarán por bocas escondidas. No es probable que vuelva a salir a la luz del día ni siquiera la punta de un zapato.

(Arrastran el cadáver fuera de escena)

Carlos- El río ha sacado uno de sus brazos para meterlo en lo profundo.

Malva- ¡Qué alegría!

Carlos- ¿Ponemos un poco de música?

 Malva- Estupendo. Esta noche soy feliz.

(Suena una melodía. Ambos la escuchan embelesados. Carlos besa la mano a Malva con ternura. OSCURO)


[Pieza teatral extraída del libro. Todos los días son espléndidos,
 Antonio Fernández Molina, Gobierno de Aragón, Colección Crónicas del Alba, Zaragoza, 1994]
© Herederos de Antonio Fernández Molina

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