Goya y la geometría, de Antonio Fernández Molina


La maja desnuda. 1795 - 1800. Óleo sobre lienzo, 97,3 x 190,6 cm.


La maja vestida. 1800 - 1807. Óleo sobre lienzo, 94,7 x 188 cm.



Como la de los genios estelares, la obra de Goya se ofrece casi renovada cada día y sus posibilidades de enriquecimiento parecen aumentar a medida que se incrementan los testimoniales puntos de vista diversos, las distintas interpretaciones.
Ante la vista tengo las reproducciones de tres de sus cuadros más conocidos, «las majas» y el Retrato de la Condesa de Chinchón. Dos aspectos aparentemente distantes de su pintura dentro de la fundamental unidad de sus obras realizadas con mayor serenidad y con la maestría de sus mejores momentos. Dos aspectos que aparentemente no ofrecen nada visible que singularmente los relacione. Como situados en polos opuestos de su inspiración. En el lado de «las majas», su vertiente popular con la audaz resolución de la interpretación del cuerpo, vestido y desnudo, de la modelo. Cuadros bien conocidos y difundidos y, sobre todo, famosos por el tema. En el otro lado el testimonio de su capacidad para captar con toda sutileza la suprema elegancia de una modelo que percibimos de exquisita sensibilidad. El retrato de la Condesa de Chinchón es uno de los testimonios más altos del género de cualquier época y lugar. La imagen representa a una mujer delicada, elegante. Ajena al afán de lucir su real encanto, transmite una atmósfera de tranquila, de sosegada fascinación. Ni más ni menos cual pudiera transmitirlo un bello plantel de flores, luciendo en el esplendor de su momento más oportuno.
Nada en apariencia más lejos de cuanto «las majas» en sus cuadros parecen querer decirnos.
Sin embargo, entre aquellos cuadros y este existe una curiosa zona de unión y que, al mismo tiempo, marca la distancia. La zona de unión destaca en el rombo realizado por Goya en cada una de las tres figuras, formado por las rectas que en cada una de ellas cruza de hombro a hombro sobre la clavícula y la que forman los brazos, doblados por el codo y los antebrazos con los dedos de la mano enlazados.
Esta relación al mismo tiempo señala la diferencia de caracteres de las modelos marcada por Goya con sutilidad expresiva.
Cada una de «las majas» tendidas sobre el mueble con la cabeza ligeramente levantada refuerza la intensidad de su actitud, precisamente con la situación del rombo descrito, al colocar sus manos por detrás de su cabeza.

En el Retrato de la Condesa de Chinchón, la actitud de sus brazos y de sus manos entrelazadas en reposo sobre el halda matizan la expresión soñadora del rostro, sumergido en delicadeza de una noble vida interior.

La condesa de Chinchón. 1800. Óleo sobre lienzo sin forrar, 216 x 144 cm.



Artículo publicado en la revista Pluma libre y desigual, núm 16, Zaragoza, junio 1996.
© Herederos de A. F. Molina

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