Entrevista a Antonio Fernández Molina – Escuela de Artes y oficios 1995


Antonio Fernández Molina en su estudio. Fotografía de Pepe Casas.


Entrevista a Antonio Fernández Molina

Doña Endrina, Trilce, Despacho Literario, Papeles de Son Armadans, Tamarindo: revistas poético-plásticas que han contado con la dirección o impulso de A. F. Molina. Innumerables escritos y libros con la firma de este escritor empedernido, pertinaz y soñador. Cuántos cuadros de este pintor por el arte. A. F. Molina: encarnación del sentimiento creativo, vetusto en la fe de ser maldito, seguro de transmutarse en esperanza de acceder al Olimpo de la bendición.

En un reciente escrito tuyo afirmas taxativamente que «en su esencia profunda, poesía y pintura son una misma realidad». ¿Podrías explicar esta relación en tu obra?

—Sí, efectivamente, poesía y expresión plástica son, para mí, una misma cosa. Coincido con el pensamiento de Cocteau de que la línea de las letras se estira y se convierte en dibujo. Al fin y al cabo el artista plástico desarrolla un alfabeto no codificado, formando de este modo su propio código. Siempre he admirado a los escritores, como Baudelaire, que en sus pausas hacían dibujos. Por otra parte, mi estética se fundamenta en un personaje que ha cultivado esas dos facetas: Victor Hugo. De hecho, yo, como otros de mis maestros, cuando pinto, pienso en la escritura y cuando escribo, pienso en la pintura.


«Pueblo y castillo de Vianden a la luz de la luna» (1871) de Victor Hugo - MAISON DE VICTOR HUGO, PARÍS


Tú te has confesado en reiteradas ocasiones convencido autodidacta plástico. ¿Cómo y cuándo empezaste a cultivar de forma más o menos continuada la pintura?

—Como todos los niños dibujaba y llenaba los pasillos de mi casa. Sin embargo, en Bachillerato no me adaptaba a las clases de dibujo, que, quizá por esto, las detesto y considero negativas, salvo que se planteen con libertad para potenciar las dotes personales, sin imponer el academicismo clásico o de vanguardia. Por el contrario, en literatura, tuve la fortuna de tener como profesora a Enriqueta Ors, que con su iniciación a la lectura de textos de todo tipo, me ayudó a encaminar mis lecturas en dirección de mis preferencias literarias.

Expuse por primera vez en la exposición de Escritores-Pintores (1952) de la mano de Juan Ramírez de Lucas, en el Club de Prensa de Madrid, con un dibujo que se titula «Semana libre».

Tus orígenes pictóricos siempre se han asociado a Lorca, tanto en la obra como en la postura y actitud. ¿Hay algo más?

—Me considero discípulo de Lorca en sentido amplio. Pero no solo el descubrimiento de los dibujos de Lorca, sino el conocimiento del postismo plástico en 1948 de Francisco San José, Carlos Edmundo de Ory, Nieva, Goeritz, Cocteau… me conciencian de que hay un camino (la sensibilidad) que no tiene nada que ver con la técnica y, así, viéndolos como algo mío, siento la necesidad de pintar.




En tu estudio, rodeado de libros por todas partes, destacan sobre un estante siete u ocho grandes frascos de tintas; son la mejor muestra de tu continuo dibujar. La línea es en ti un constante. ¿Qué valor le das al dibujo en la obra plástica? ¿Y al color?

—En mis primeras etapas tenía dificultad en compaginar lo pictórico con el dibujo. Me lo paso bien con el pincel, con las manchas. Siento el color y no me es ajeno. Pero me encuentro más a gusto con el dibujo y con el papel. Renunciaría antes al color que a la línea, aunque el hecho de que al principio no empleara colores fue por motivos económicos.

Creemos que tienes un estilo definido, relacionado, por supuesto, con ciertas corrientes. Y que tu evolución ha estado más sujeta al hecho creativo que a las modas.

—Asumo que tengo elementos naíf, surreales y simbolistas, aunque creo que lo mío es más realismo mágico, cercano al naíf (está claro por mis conocimientos que no lo soy) en las formas de expresión: naturalidad, libertad, espontaneidad, osadía ante los problemas sin tener una solución de antemano. Uno de los aspectos del arte que me ha influido bastante ha sido el mundo del grabado y de las xilografías, sobre todo los grabados populares mexicanos, concretamente los de José Guadalupe Posada.
Calavera Huertista, ca. 1914. José Gudalupe Posada


Respecto a la evolución, pienso que, aun siendo siempre la misma persona, se da. Para que signifique mejoramiento, tiene que ser una profundización. Hay que hacer no lo que se lleva, sino lo que uno lleva dentro, teniendo fe en el arte, en la vida, en el amor, en sentimientos humanos. Es lamentable contemplar evoluciones desastrosas en ciertos artistas contemporáneos de cierto nombre y valía, sobre todo, si empiezan a ganar dinero pronto. No hay que olvidar que el éxito es muy difícil de soportar.

Galerías, galeristas, técnicos de instituciones, ferias, crítica.

—Es difícil cumplir cualquiera de estas funciones, si no hay vocación y amor al arte y a la aventura artística, al descubrimiento de nuevos valores vivos. Es esencial el estar ligado a la creación poética.



Dibujo de Antonio Fernández Molina


Tú entras en contacto con Zaragoza en el primer lustro de la década de los 50. ¿Qué o quién te induce a establecer la relación? ¿Cómo recuerdas la vida de la intelectualidad zaragozana de esos años y de las siguientes décadas?

—Miguel Labordeta es mi nexo con Zaragoza. La época dorada de la ciudad, en la que a mi vida se refiere, fue la época de Pórtico, con sus tres líderes Santiago Lagunas, Aguayo y Laguardia. Formaron el primer grupo coherente de arte abstracto español, están en el epicentro de la sensibilidad mundial de arte y fueron auténticos héroes, abriendo un camino para otros. Posteriormente, me estimuló y conmocionó la contemplación de unas reproducciones de Vera que me llegaron a través del propio Labordeta. En la actualidad se está excesivamente a remolque de la moda y del mimetismo. Sin embargo, hay gentes interesadas. El momento actual del arte en todo el país lo veo mal, aunque creo que el arte no está muerto, solo oculto.



Santiago Lagunas, «Autopsia», obra firmada en 1950. -


Malditismo: ¿Pose? ¿Complacencia? ¿Constatación?

—Es todo. Todos esos elementos funcionan. Me siento maldito, aunque las circunstancias que lo manifiestan no son elocuentes. Me complace, porque dentro de los malditos están aquellos con los que me identifico en arte y literatura. Luego, con el paso del tiempo se han convertido en benditos.

En tu forma de ser y vivir la vida persisten modos de la «bohemia»

—No hay que dar el brazo a torcer, siempre que tengas unos mínimos para subsistir, ni se debe uno doblegar a ciertas necesidades con perjuicio de la obra artística. Estoy de acuerdo con el Conde de Keyserlinch cuando afirma que si el artista vive como un burgués hay algo que falla. No es malo que el artista gane dinero, pero debe vivir vida de artista.



Dibujo de Antonio Fernández Molina


De la proliferación de facetas que jalonan tu personalidad (dirección de revistas, escritor literario, crítico de arte, pintor), ¿con cuál te quedas?

—Con la creación. Soy un poeta que pinta.

Arte a La Escuela
Zaragoza, mayo 1995


[Entrevista sin firma incluida en el catálogo de la exposición itinerante de Antonio Fernández Molina La punta del Iceberg III, llevada a cabo en la Sala I de la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza en 1995. Esta muestra se incluía dentro del proyecto «Escuela y Arte Actual», dirigido por Manuel Val Fernández Lahoz. Tanto la fotografía del autor como sus dos dibujos reproducidos figuran en dicho catálogo].

Comentarios

  1. milartienda
    En el vasto lienzo del arte, los artistas son alquimistas de la emoción. Cada trazo, cada nota, revela la poesía de su alma. A través de sus creaciones, dan vida a la esencia humana.

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