Nota sobre tres novelas de A.F. Molina: el fabricante de sueños, por Jean Tena

 



Nota sobre tres novelas: el fabricante de sueños

Jean Tena

Profesor emérito. Université Paul Valéry-Montpellier

A lo largo de la década de los sesenta, sigue floreciendo una narrativa de tipo tradicional con, por una parte, novelistas sensibles a las preocupaciones contemporáneas que tratan de encontrar un punto de equilibrio entre lo social y lo existencial, sin desdeñar aspectos simbólicos y míticos (Gonzalo Torrente Ballester, Miguel Delibes...), y, por otra, autores más tradicionales que se atienen a formas narrativas de corte decimonónico (Ignacio Agustí, Juan Antonio de Zunzunegui...). Paralelamente, a pesar de algunas muestras algo rezagadas hasta mediados de la década, se cierra el ciclo del realismo social, y, con Tiempo de silencio (1962), Luis Martín Santos propone magistralmente perspectivas más dialécticas y más pertinentes que explican, en parte, renovaciones espectaculares (Juan Goytisolo, Alfonso Grosso, Miguel Delibes...).

A contracorriente de los géneros narrativos dominantes, otros escritores inician o consolidan una obra exigente y coherente (Héctor Vázquez Azpiri, Javier Tomeo, Juan Benet...). Y, a finales de los sesenta y principios de los setenta, de la mano de una serie de autores noveles, brota el fuego fatuo, la llamarada del experimentalismo (Germán Sánchez Espeso, José María Guelbenzu, Mariano Antolín Rato, José Leyva...).

Fundador y redactor de revistas literarias, poeta y cuentista, Antonio Fernández Molina participa plenamente, aunque de modo peculiar —¿marginal?— en esta verdadera liberación de la escritura narrativa de los años sesenta y setenta con tres novelas: Solo de trompeta (Madrid, Alfaguara, 1965), Un caracol en la cocina, Premio Ciudad de Palma 1969 (Barcelona, Picazo, 1970) y El león recién salido de la peluquería (Barcelona, Seix Barral, 1971). Se trata de narraciones de corte surrealista, basadas en la ilusión y la locura, que generan un universo onírico y lúdico fascinante. Además, según Argenís Rodríguez, Antonio Fernández Molina «es un escritor que maneja la ironía y el humor negro como solo Quevedo lo ha hecho en la prosa, Buñuel en el cine y Goya en la pintura». Estas características pueden explicar una serie de procedimientos: enumeraciones caóticas («El público sacaba pañuelos, tiraba moneda menuda al suelo, abanicos, boinas, alpargatas, garrotes, botillos, un gato que titubeó un instante y después se metió debajo de un carro, caramelos, botellas, un irrigador, una peluca, una rueda de bicicleta, unos pantalones, almohadas, globos, espantasuegras, papeles, cigarrillos, un sostén, una banqueta, bolígrafos, una chaqueta», Un caracol en la cocina, página 276); alteraciones lingüísticas (idioma inventado: «Gañendo el canabru que ese telogo de la mucué mucuá. No roloto ni filosotano...», Un caracol en la cocina, pág. 60; frase invertida: «Orgilep núgla ayah eicepse us ed sol arap etnemelbisop», Solo de trompeta, página 156); rimas internas («sacando el pecho, recorrió el trecho que le faltaba hasta el lecho, a la pata coja. Pensado y hecho...», Un caracol en la cocina, pág. 84); palabras compuestas («grasograciosomusculoso», íd., pág. 176)...

El rico universo narrativo

Otras muchas invenciones semánticas y sintácticas —¿de poeta más que de novelista?— configuran textualmente un universo donde no rige lo «normal» sino lo aleatorio («poco más o menos, y siempre con una probabilidad de que ocurra lo contrario, puede suceder cualquier cosa», El león recién salido de la peluquería, pág. 44). Un universo donde se pone en tela de juicio el tiempo cronológico («Esta noche he soñado que el trigo estaba completamente verde. Después he soñado que el trigo estaba completamente verde. Luego he soñado que el trigo estaba completamente verde. Más tarde he soñado que el trigo estaba completamente verde. Y además he soñado que el trigo estaba sin sembrar...», Un caracol en la cocina, pág. 183) y donde la metamorfosis —a menudo kafkiano, sus gemelas, la comparación y la metáfora, parecen constituir la norma dominante («La cama me parecía un insecto de patas monstruosas, que de un momento a otro podía salir corriendo», Solo de trompeta, pág. 65; pág. 70, una naranja se convierte en rata —estas abundan en la novela—; «la casa comenzó a andar lentamente,... arrastrándose, arrastrándose y dejando tras de sí un rastro mucilaginoso», Un caracol en la cocina, pág. 336 —estas palabras, las últimas de la novela, aluden claramente al título—; «Las espesas cabelleras de algunos hombres recordaban al león —a los caballos, al zorro, con sus bigotes festivos— recién salido de la peluquería [mise en abyme del título en el texto], al carnero, al orangután moviendo lentamente las mandíbulas y mirando a un lado y a otro con expresión cansada. Las mujeres tenían cara de gallina, de abubilla, de gorrión, de garza, de mona. Otros hombres también recordaban al bisonte y al toro», El león recién salido de la peluquería, pág. 125).

En Solo de trompeta («En la radio, un solo de trompeta de Louis Amstrong», pág. 219 —otra mise en abyme del título en el texto—) y en Un caracol en la cocina, los narradores son seres que se consideran o se quieren distintos de los demás: un enano y un niño. Rechazando las normas sociales («Yo participo en escasa medida de sus reglas», Solo de trompeta, pág. 35), ambos deforman el mundo real a su antojo transformándolo en un trampolín hacia un universo imaginario inasequible para la gente «normal» y los adultos. Como en Alicia en el país de las maravillas, la lógica sale malparada y a menudo invertida. De modo discreto en Solo de trompeta pero sistemático en Un caracol en la cocina, el texto y su grafía ponen de manifiesto este choque con un universo radicalmente onírico. La segunda novela —ya hemos aludido a ello— es un verdadero catálogo, nunca aburrido, de todos los procedimientos sugeridos o inventados por los anteriores «fabricantes de sueños» y muchas veces mejorados por Antonio Fernández Molina. En cuanto al humor negro ya citado, el enano lo usa para autodefinirse frente a los demás: inventario de sus obsesiones (símbolos sexuales, ratas...), el texto de sus memorias es para este ser doblemente encerrado —en un manicomio y en el silencio— el único modo de sentirse vivo, a pesar de todo. Para el niño, el humor negro nace, a menudo, de un desfase entre la realidad y el ojo que la está mirando.

Mientras que Solo de trompeta y, sobre todo, Un caracol en la cocina sumergen de golpe al lector en un mundo extraño, El león recién salido de la peluquería sugiere un ambiente y una aventura que pueden parecer reales, incluso realistas. La novela se abre banalmente con la llegada de dos viajeros, Juan y Malva, a un pueblo aparentemente normal. Pero, poco a poco, una serie de distorsiones contaminan el relato. Los encuentros de Juan con los vecinos infunden en sus deambulaciones por el pueblo una dimensión absurda, kafkiana. Pasa lo mismo en otro pueblo. Se repiten procedimientos ya conocidos: escritura más o menos automática, enumeraciones caóticas... Pero, al acentuar el realismo de ciertas secuencias, casi tremendistas, el novelista hace más evidente, por contraste, el misterio de las situaciones insólitas, creando así un universo paralelo, estrictamente onírico, en el cual las leyes clásicas del espacio y del tiempo ya no rigen. Finalmente, Juan y Malva salen del segundo pueblo en un camión idéntico al que los sacó del primero. «Vamos», palabra clave y última de la novela (página 218), repetida a lo largo del texto, define perfectamente esta «huida hacia adelante» sistemática, presente en todos los escritores del sueño, tanto en Quevedo como en Lewis Carroll.

Para concluir esta nota demasiado breve, quisiéramos subrayar un aspecto fundamental de la escritura de Antonio Fernández Molina. Para el redactor de la «Nota final» de Solo de trompeta, la visión del enano Miguel «es la de un pintor. Un pintor en continua búsqueda y que tan pronto es dueño de felices hallazgos como cae en el disparate, la incoherencia o puede que roce la genialidad» (pág. 262). El narrador/protagonista ya había declarado que «los artistas han tratado de dar realidad a mundos que tienen algo que ver con mis visiones de personas» (página 82). Esta simbiosis entre escritura y pintura no resulta sorprendente en la producción narrativa de un escritor/pintor, autor, por más señas, de un Picasso, escritor. «Poeta de la imaginación y de la mirada» —según José Luis Calvo Carilla—, Antonio Fernández Molina «ve la realidad con ojos pictóricos». Contra viento y marea —realistas o experimentalistas—, estos «ojos pictóricos» le permiten tomar carta de naturaleza en el grupo reducido pero cada día más necesario de los «fabricantes de sueños». 

Trébede, núm. 73, marzo de 2003

Antonio Fernández Molina: Solo de trompeta. Alfaguara, Madrid, 1965.

Antonio Fernández Molina: Un caracol en la cocina. Picazo, Barcelona, 1970.

Antonio Fernández Molina: El león recién salido de la peluquería. Seix Barral, Barcelona, 1971.


Este artículo se incluye en el volumen Hablando de A. F. Molina. Edición de Ester Fernández. Libros del Innombrable, Zaragoza: 2017. ISBN: 978-84-92759-98-9


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