El uso de la pluma y del pincel en ocasiones (Sobre Ramón J. Sender)

 


Problem 001, 1947, de Ramón J. Sender
Óleo sobre cartón entelado, 
61 x 46 cm



El uso de la pluma y del pincel en ocasiones

por Antonio Fernández Molina

 

De los escritores españoles exiliados, escasa o nulamente leídos en la posguerra, que tuvieron mayor difusión en los lectores inquietos del momento, quizá fue Max Aub el más favorecido. Mantenía abundante contacto epistolar con los jóvenes y nos incluía en alguna de sus antologías de poesía española del momento. Su nombre y sus geniales bromas literarias y creaciones de una originalidad no frecuente en nuestras letras, le valieron cierta prestigiosa popularidad. En el caso de Ramón J. Sender, hubieron de pasar unos lustros para que, luego de su redescubrimiento, circulara su obra con naturalidad en nuestro ámbito literario.

No recuerdo si fue Gabino Alejandro Carriedo, que me facilitaba muchas importantes informaciones literarias, quién me descubrió la existencia de Ramón J. Sender o Miguel Labordeta en mi primera visita a Zaragoza desde las tierras alcarreñas donde residía. Acaso los dos me hablaron en fechas próximas. Era una edad de gran fervor literario cuando, casi cada día hacíamos uno, y a veces más de uno, trascendental descubrimiento. Aunque la noticia despertara mi mayor interés, no pude encontrar ningún libro suyo en los lugares que me eran accesibles, pues entonces, ya abandonados mis estudios universitarios y alejado de Madrid, no disponía de la Biblioteca Nacional ni de la del Ateneo donde durante años leí con voracidad cuanto era de mi particular interés. Nadie entre mis gentiles amigos me pudo prestar un libro de Sender.

Pero no tardó en producirse el milagro, bastante habitual en mi relación con los libros. En alguna ocasión he afirmado, convencido por mi experiencia, que ningún libro verdaderamente deseado por mí deja de llegarme de un curioso modo, a veces fruto de casualidades que parecen estar relacionadas con fenómenos como el de la transmisión del pensamiento. Y así un día, el libro primero de Sender del que había oído hablar y que era el suyo que más anhelaba, Imán, me sorprendió en un tenderete de libros viejos en el rastro madrileño. Por entonces también me ocurrió lo mismo con Cinematógrafo, otro libro mítico de Carranque de Ríos.

Imán me puso en contacto directo con un escritor original al margen de los planteamientos y de inquietudes vanguardistas y conectado con otras de carácter social y existencialista. Vi, en su personalidad más que en su libro, al modo como lo prefería Unamuno, más que a un escritor, a un hombre que testimoniaba a través de su experiencia bien sentida. Pero a este encuentro primero con la obra de Sender puedo considerarlo preliminar. Mi segundo encuentro con un libro suyo fue el primero en importancia y uno de mis grandes descubrimientos en la novela española contemporánea y no superado en ninguna de las demás grandes novelas de Sender. Poco después de Imán, y en el mismo lugar que este, encontré El lugar del hombre.

Durante años y años como lector de novelas continuamente fui descubriendo nuevos libros suyos, además de los más conocidos, de los que no había oído hablar, algunos en ediciones mexicanas de tiradas bastante cortas que no hace muchos años aparecían en esa caja de sorpresas literarias que, hasta el momento de su cierre, fue la entrañable librería de lance de Inocencio Ruiz. Y el fenómeno, si más atenuado, continúa en los años siguientes. Sin duda, Sender es uno de los escritores españoles de altura, más prolíficos del siglo XX y acaso se aproxima en ello a Ramón Gómez de la Serna.


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Cuando por  vez primera leí Pedro Saputo, de Braulio Foz, me sorprendió el que esta novela, hermana de El lazarillo de Tormes y de Don Quijote y sobresaliente en la literatura española, no cuente con una fama mucho mayor, como realmente le corresponde por su oportuna originalidad y la elegancia de su estilo popular, enraizado a la perfección  en la cultura aragonesa, poseedora de un hálito contundente de universalidad sutil. Tan singular libro como es Pedro Saputo me mostró que Braulio Foz con Cervantes son los maestros españoles principales de Sender y otros, como Galdós, Valle-Inclán, Baroja, lo son de una manera más lejana. Los primeros, más que influyentes, son coparticipes de los principales aspectos suyos en el modo de entender el arte y la vida. Pero de no haber existido esas fuentes literarias o de no haber conocido Sender esos libros que con tanta eficacia contribuyeron a formarle, él hubiera sido un gran escritor original. Tal y como sucedieron las cosas los tres coinciden en lo esencial del hecho de captar la realidad de acuerdo con la época y las circunstancias que viven.


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Mi vocación peripatética, llevó a utilizar las vacaciones de Semana Santa de 1959 en darme una vuelta por la geografía peninsular y, con tal fin, quedé citado con el poeta Mario Ángel Marrodán en Burgos. Allí visitamos al poeta Juan Ruiz Peña. Nos recibió con mucho afecto  en compañía de un amigo suyo, al parecer de profesión lector.

El amigo de Juan Ruiz Peña, al hablar con nosotros, con mucho entusiasmo de nuestras admiraciones literarias y de nuestras lecturas, citó a Sender con gran fervor y avivó nuestro interés. Por entonces aún no circulaban sus libros. Él nos comunicó muchas noticias de sus lecturas del novelista. Entre Juan Ruiz Peña y su amigo contabilizaron los libros leídos de Sender y cuántos reunían entre los dos. Marrodán y yo les escuchamos con envidia por esa suerte de sus lecturas.

Cuando me trasladé a Palma de Mallorca en 1964, trabajaba rodeado de una espléndida biblioteca donde, en especial, abundaban los libros, casi todos inaccesibles de escritores exiliados españoles. Entre ellos bastantes volúmenes de Sender y entonces pude satisfacer esa sed de lectura.


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Inclinaciones de mi curiosidad me han llevado a tenerla muy acentuada por actividades de creadores que no son por las que se les conoce, que les proporcionan su fama y que se tienen por definidoras de su personalidad, si no su Violín de Ingres. Tal me sucede con la pintura de Jusep Torres Campalans (el heterónimo plástico de Max Aub), los collages de Adriano del Valle, los dibujos de Bécquer, los escritos de Picasso y Dalí, por citar solo a algunos españoles desaparecidos.

Este tipo de actividades, en apariencia enfrentadas con la personalidad de quién las ejerce, las estimo complementarias e imprescindibles para profundizar en el conocimiento de la persona y en el trabajo de un artista.

Casi siempre han sido los propios artistas, los poetas (¿puede darse un poeta carente de sensibilidad plástica o un verdadero artista sin sensibilidad poética?) quienes al transitar por estos mundos han profundizado bastante más que la mayoría de los historiadores, comentaristas y críticos profesionales. Son los propios creadores quienes han dejado los mejores testimonios referidos a la pintura.

Cuando la obra narrativa de Sender me era muy familiar, descubrí cómo entre sus ensayos de variado carácter figuran algunos dedicados a grandes pintores y cómo su interés por la pintura le llevó en las últimas etapas de su existencia a cultivar este arte y a realizar algunas exposiciones de sus obras.

Respecto a su labor de ensayista de temas pictóricos le sitúo entre quienes han tratado con mayor agudeza el tema de nuestros artistas emblemáticos. De estos ensayos destaco muy especialmente el dedicado a Goya. Razones de temática, temperamento y paisanaje contribuyen a enriquecer su compenetración con lo que de más significativo de plástico y testimonial hay en la pintura de Goya y de la medida en que fue el primer y mayor artista moderno, que abrió el camino de la expresión pictórica del futuro desde el sello de la subjetividad y teñida de acentos impresionistas y modernistas. Sender es con D’Ors, Ramón Gómez de la Serna, Ortega y Gasset… uno de los intérpretes válidos de la pintura de Goya.

Aunque no esté silenciada su faceta de pintor no es suficientemente difundida y después de su muerte comunica la impresión de no prestársele atención alguna.

Pero es preciso y urgente tener en cuenta de qué modo en la valoración del arte y la literatura hay dos capítulos prácticamente desatendidos. Uno es el de la literatura de los artistas y otro el de la plástica de los escritores. El día que al tema se le preste la atención que merece, al tiempo de enriquecerse el panorama saldrán a la luz positivas y curiosas aportaciones.


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Unos meses después de la muerte de Sender, recibí una llamada de Javier Barreiro para comunicarme que si no conocía la novela póstuma La cisterna de Chichén-Itzá que me apresurara a comprarla pues en ella Sender me dedicaba dos páginas.

Aunque uno sabe que la vida en cualquier momento puede ofrecerte sorpresas, aquello me tenía muy intrigado. He tenido amistad con algunos amigos de Sender y con personas que le trataron, pero nunca tuve trato personal ni epistolar con él.

Camino de la librería pensaba en cómo y por qué podía haber sucedido que me dedicara dos páginas de su última novela. ¿Conocía algunos de mis libros y los estimaba hasta tal extremo? ¿Tenía noticia suficiente de mi poesía publicada hasta ese momento?

Con la novela en la mano, mi sorpresa aumentó porque no trata ningún aspecto de mis facetas de escritor ni de otras actividades relacionadas con la literatura, sino de mi personalidad de pintor. Y lo que dice es lo siguiente:

 

Los mayas están además conectados con los nivelas más discrepantemente atrevidos de las escuelas de ahora. En esas coincidencias es donde puede verse la naturaleza extratemporal de la expresión artística.

El embeleco de ayer y el de ahora son muy parecidos en todos los niveles.

Todos los pintores mayas parece que hubieran pasado por el barrio latino de París la primera mitad del siglo XX y por las tertulias de Madrid. Las escuelas más recientes como el postismo podrían deber algo a los mayas.

Si buscamos ejemplos concretos los hallaremos en cualquier dirección. Por ejemplo en Claudio Bastida cuando escribe sobre un amigo pintor y poeta. Por cierto que esas dos actividades se nos ofrecen también juntas frecuentemente en los mayas.

En un libro del poeta Claudio Bastida sobre Antonio Fernández Molina, este dice de sí mismo:


 Mi forma seguramente cercana al modo de expresión que llaman naif en Francia, obedece a mi interés por esos modos de decir anticonvencionales, antiacadémicos, antipreceptivos. Artísticamente cada uno tiene su verdad. Y solo el artista tiene razón.

No es lo mismo pintar que crear pero es casi lo mismo crear que creer. A partir del creer se puede crear. No se puede crear sin creer.

Creo descubrir en mis dibujos y pinturas un afán de liberación de las imposiciones externas al arte y de las limitaciones precarias de la existencia. También una aceptación del mundo, de su belleza o de su sentido, de sus posibilidades de ofrecernos planos y planos de contemplación y de meditación.

Si en mis dibujos aparece una rueda en lugar de un pie o un zapato en lugar de la mano será porque en ese momento se me ocurre hacerlo así. Y si en ese momento se me ocurre es sin duda porque hay algo que me lo impone. ¿Qué tipo de recuerdos?

¿De qué forma me autorretrato al hacer esto? Porque solo se dibujan y se pintan autorretratos.

El pez, tan frecuente en mis cuadros y dibujos, me ha hecho reflexionar. Y he pensado, que su origen puede estar en una canción que dice: «Ahora que vamos despacio / vamos a contar mentiras, tralará, / vamos a contar mentiras. / Por el mar corren las liebres, tralará. / Por el monte las sardinas». Pero cuando era niño, antes de los tres años, me sacaron de un estanque de mi pueblo natal donde me había metido para coger peces; sacarlos de su elemento y ponerlos en otro sitio. Ahora sigo poniéndolos en otros sitios: en el cielo, en la tierra, en los sombreros, en los tejados… Nunca en el agua ni en una pecera.

El pez, el pez, el pez… Plásticamente me ha sacado de muchos atolladeros. Y me gusta comer pescado.


Entonces ¿todo el mundo puede pintar? Claro que sí. Y cantar. Y escribir. El idiota cantará, pintará o escribirá su idiotez y el genio su genialidad. Entre lo uno y lo otro hay vastos espacios vacíos (como el universo) por los que andan cometas que nos recuerdan al de Halley, llamado en la antigüedad Baalcebú es decir Rey de las Moscas, al que tantas veces me he referido en otros escritos.

Quizá el de Fernández Molina es el de la genialidad. De otro modo no valdría la pena hablar de él.

Y el genio se define por la intemporalidad de su acento, que puede ser el mismo de tres mil años antes de Cristo o cinco mil después de nuestra era suponiendo que pueda nadie sobrevivir a la locura de los tiempos…1

 

 

Con motivo de un homenaje a Ramón J. Sender colaboré con el siguiente poema:

 

La Señora de Gordo y la Señora de Flaco

 

La Señora de Gordo y la de Flaco

lucían un anillo en la nariz

fumaban de un espléndido tabaco

y cometían algún desliz.

 

A veces se adornaban muy bien

y desayunaban con un loro

a quien llamaban «mi bien»,

«cielo», «encanto», «tesoro».

 

Bebían una barbaridad

del más selecto café

y recorrían la ciudad

acariciándola con el pie.

 

Su andar producía cosquillas

al suelo y brotaba su risa

pues, además, las muy pillas

hacían frufrú con la camisa.

 

Y mientras tanto sus maridos,

ajenos a cuanto sucedía,

trabajaban muy entretenidos

y soportaban su acedía.

 

Mas la dicha no es eterna

y la de Gordo enflaqueció,

se le quedó tiesa una pierna

y de repente se esfumó.

 

Mientras tanto la de Flaco

comenzó a engordar sin tino

y de repente al soltar un taco

explotó en el camino.

 

Pensaba que el carácter epigramático, jocoso y esperpéntico de estas estrofas, de algún modo navegaban en paralelo con aspectos de la literatura de Sender cercanos a versos de Valle-Inclán y a «caprichos» de Gómez de la Serna.

A principios de los noventa, el Grupo de Teatro Trizas puso en escena un espectáculo basado en piezas breves mías y en relatos poéticos de carácter representable, muy bien seleccionados y dirigidos por María José Bendicho. Entonces destacó la interpretación que el grupo hizo de «La Señora de Gordo y la Señora de Flaco» muy inspiradamente musicalizada por Jesús Bendicho.

Durante las representaciones evocaba la memoria del mundo de Ramón J. Sender.

 

***

 

Desde hace unos años vengo dedicándole especial atención al género del aforismo. Los míos los he bautizado con el nombre de «Musgo», entre ellos he dedicado a Sender los que siguen:

 

¡Con cuanta frecuencia lo evidente es ridículo!

 

Cada día se acaba y empieza el mundo.

 

La idea del progreso en arte es absurda y burda.

 

Un procedimiento tradicional no es necesariamente regresivo, ni al contrario.

 

El volumen noble de las palabras.

 

Las reglas del arte hacen sangrar pero el genio no sucumbe.

 

¿Academia? Anemia. ¿Vanguardia? En guardia.

 

Los conoceréis por sus obras y por sus compañías.

 

Cuando enseñas aprendes.

 

En los sueños hay islas, trozos de pan y acordeones.

 

Cuando fluye influye.

 

Sorprenderle al sol en su salida.

 

Describir apariciones y testimoniar invenciones.

 

Plantaciones de inspiradas plumas de escribir.

 1. Ramón J. Sender. La cisterna de Chichén-Itzá, Ediciones Acervo, Barcelona, 1981. Págs. 22, 23 y 24.

 

Publicado en la revista Trébede N.º 47-48, febrero de 2001. Págs. 99,100, 101, 102, 103 y 104. Especial Ramón J. Sender.


                                  © Herederos de Antonio Fernández Molina

 

Más sobre la obra pictórica de Ramón J. Sender:

https://www.iea.es/pinacoteca-sender 

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